29 12 2018 TIEMPO DE BALANCES, VÍSPERAS DE PROMESAS





Tiempo de balances, vísperas de promesas

       Esto se acaba, evidentemente, y lo hace, según todos los indicios y comentarios, dejando tras sí un poso de generalizada insatisfacción, que se ha podido escenificar visual (y callejeramente) en la serie de movidas de diverso tipo que hemos conocido en los últimos meses pero también en los comentarios a pie de calle, que no tienen nada que ver con las espantosas tertulias distribuidas por las ondas desde donde nos machacan como si una especie de castigo bíblico hubiera caído sobre nosotros. Un observador más o menos neutral o imparcial, si es que tal especie puede existir, diría que el nivel medio de la vida de los españoles es de una razonable calidad, que se manifiesta en algunas alegrías de fácil valoración, desde la compra de coches o pisos hasta el abrumador uso de los cruceros marítimos pasando por la generosidad con que visitamos bares y restaurantes, por citar solo algunos factores tópicos, pero asequibles. A pesar de ello, la insatisfacción colectiva está a flor de piel y se manifiesta de manera abierta en la expresión constante de juicios ciertamente poco favorables hacia los responsables de la situación, con la consecuencia inmediata, que todos conocemos, de la deriva populista hacia una opción política nada recomendable, pero que avanza posiciones en forma ciertamente preocupante. Hace unos años, muy pocos todavía, ese descontento encontró una especie de tabla salvadora cuando irrumpió Podemos, que parecía capacitado para dar una vuelta total a la situación y renovar el esquema del partidismo adocenado. El espejismo duró tan poco que de él ya no queda casi nada; en su lugar se perfila ahora otra opción, radicalmente contraria, la de Vox, que igualmente anuncia la fórmula milagrosa con la que dar respuesta a al desconfianza generalizada.
        Estos días nos obsequiarán, unos y otros, con los interesados balances en que cada cual barre para dentro, pretendiendo ocultar la realidad entre bonitas palabras cuyo objetivo último (o quizá el primero) es ir preparándonos para la contienda electoral que se avecina, objetivo fundamental que alimenta la vida de los partidos políticos. En eso llevamos ya bastante tiempo, de manera más o menos difusa, pero ahora llega el momento de la verdad que pasa primeramente, por ir conociendo los nombres de los candidatos, esas personas dispuestas a comparecer ante el escenario público sabiendo que les espera un variado repertorio de improperios y descalificaciones. Prudente, el actual alcalde de Cuenca se retira del combate y con ello se ahorra el trago de tener que comparecer ante los ciudadanos para dar cuenta del balance de estos cuatro años pasados, en los que prácticamente no hay nada que anotar ni de qué presumir. Quienes aspiren a sucederle lo tienen fácil: solo necesitan una cesta de promesas. Es cierto que el personal está ya muy escamado y que hay cosas que no cuelan ni con el más severo calzador. Si algún candidato se atreve a prometer el bulevar a la estación del AVE, media docena de aparcamientos subterráneos repartidos por la ciudad, ascensores o escaleras mecánicas al casco antiguo, la construcción de un Palacio de Congresos o la fórmula mágica para utilizar el Bosque de Acero (por decir cuatro cosas: hay unas cuantas más), lo normal es que reciba una rechifla generalizada.
       Sería más sencillo prometer un esfuerzo pequeñito, pero constante, para sacar a los parques y jardines del infame nivel de abandono en que se encuentran o para reponer las docenas de baldosas rotas que hay por todas las calles de la ciudad o introducir, ¡al fin! un servicio de autobuses cómodo y eficaz. Pero me temo que estas cuestiones tan sencillas no son apropiadas para incluir en un ambicioso programa electoral. Viste más lo del bulevar a la estación.

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