24 11 2018. UNA ISLA EN EL FECUNDO PAISAJE DE LA MODERNIDAD
Una isla en el fecundo paisaje de la modernidad
El problema
de las medias aritméticas es que no discriminan lo que queda fuera de ellas,
por exceso o por defecto, produciendo la falsa impresión de que el dato en
cuestión es aplicable a todo el conjunto, sin entrar a valorar cuales son los
sectores no incluidos. Así, una frase en apariencia inocente, “La cobertura de
calidad alcanza al 90 por ciento de municipios” con que este periódico titulaba
de manera destacada su último número traduce, desde luego, una realidad
aritmética, muy satisfactoria para los incluidos en ese porcentaje, pero que
provoca una intensa dosis de mal humor, o sea, de cabreo, en quienes nos vemos
fuera de tan selecto como numeroso grupo de ciudadanos.
La
información nos ofrece amplias referencias sobre las bondades que, entre
gobiernos, central y autonómico y compañías telefónicas están desarrollando
para conseguir ofrecer un nivel óptimo de calidad en el ámbito rural, de manera
que hasta los pueblos más pequeños e incluso caseríos aislados puedan contar
con las maravillas de un rápido y eficaz acceso a Internet y demás mecanismos
de la sociedad de la información. Todo ello se ampara en la habitual palinodia,
entre justiciera y demagógica, para publicitar la manera bondadosa en que los
poderes públicos vienen actuando para mejorar las condiciones de vida en el
medio rural y así intentar corregir el ciertamente preocupante problema de la
despoblación. Criterio que, al parecer, importa poco cuando se trata del casco
antiguo de Cuenca, que por decisión voluntaria de los poderes públicos y de las
poderosas empresas mercantiles va quedando al margen de todo lo que tiene que
ver con el progreso.
Por
ejemplo, cada vez que me acerco a una oficina de la compañía telefónica y le
pregunto por la fibra óptica, el dependiente en cuestión me acoge con la
reconocida amabilidad que tienen estas personas para, a renglón seguido,
mirarme como si yo fuera un extraterrestre tan pronto le digo que vivo en el
casco histórico de Cuenca. Siempre se les escapa un “¡ah!” que por sí solo es
una respuesta. Alguno, generoso en las explicaciones, se atreve a aventurar que
tal cosa no está prevista en los próximos lustros. Si lo que hago es ir a la
empresa que teóricamente debería estar instalando el gas natural- excursión que
vengo haciendo, con pertinaz insistencia, desde hace ocho años- las respuestas
en este caso son variadas: la culpa la tiene Patrimonio que todo lo estorba, o
el Ayuntamiento que no da permisos, o la empresa constructora que no se atreve
a hacer zanjas o patatín o patatán, pero el gas natural se implanta en toda la
ciudad (y en la provincia, por supuesto) mientras un gran sector del casco
antiguo de Cuenca permanece puro e incontaminado por estas menudencias tecnológicas.
Especialmente
llamativos son los problemas derivados de la escasísima velocidad que se puede
alcanzar a través de la comunicación vía informática, un factor que suele
provocar el orgullo de los voceros de la política, que si 3 G que si 4 G , que si la fibra óptica.
Pues donde yo estoy, el paso de la red es el de la tortuga, de manera que este
artículo que estoy escribiendo y enviaré al periódico, no solo no llegará en el
acto sino que invertirá no menos de tres minutos en un viaje por las ondas que
debería ser un acto automático y si además hablo de la señal de TV podría
conseguir que mis lectores, que sí disfrutan de las bondades de la técnica, se
echaran a llorar.
Así cuando
todo el mundo tenga gas, fibra óptica y todo lo demás, podrán venir a ver el
casco antiguo de Cuenca y conocer cómo
se vivía en el pasado. Eso sí, a plena satisfacción de los amables políticos
que rigen con acierto nuestros amargos destinos.
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