27 10 2018 EL VOLÁTIL DESTINO DE LOS GUIJARROS CALLEJEROS
El volátil destino de los guijarros callejeros
Una de las señas de identidad del
entramado urbano de Cuenca es la utilización y presencia del enguijarrado como
forma natural del pavimento callejero. Quienes a mediados de los años 50 del
siglo pasado iniciaron la recuperación del carácter propio de esta ciudad
entendieron, con muy buen criterio, que esa era la técnica que debería
utilizarse en el proceso de restaurar el casco antiguo para devolverle, en la
medida de lo posible, el estilo que debió tener en sus orígenes, el que
corresponde a una ciudad medieval, con raíces en el periodo musulmán.
Para aplicar esta idea, el
Ayuntamiento promovió, entre sus trabajadores, un grupo especializado en la
aplicación de esta técnica que requiere varias cualidades tanto profesionales
como personales, porque para enguijarrar un pavimento hace falta mucha
habilidad manual (aquí las máquinas no tienen nada que hacer) y una infinita
dosis de paciencia, virtud esta última que se contrapone con la precipitada
idea del tiempo que se tiene en los tiempos actuales. Pasaron los años y aquel
laborioso entramado empezó a sufrir el deterioro natural al que están sujetas
todas las cosas, con un curioso matiz: cuando salta un guijarro hay que acudir rápidamente
a reponerlo porque, si no, a continuación van saltando todos los demás y en
poco tiempo se produce una espectacular descarnadura.
Al principio, la cuadrilla municipal
acudía con presteza a reponer los huecos dejados por los revoltosos guijarros y
las cosas pudieron mantenerse con cierto equilibrio durante bastantes años,
hasta que las condiciones iniciales sufrieron cambios profundos: fueron
desapareciendo aquellos obreros especializados y, en su lugar, aparecieron las
prisas, la precipitación, la urgencia y la necesidad de que todo sea barato. De
esa forma, cuando se implantaba un suelo de guijarros, a continuación se
arrojaba sobre él una infame lechada de cemento para asegurar el ensamblaje de
los cantos, distorsionando su carácter y afeando el resultado. Por si faltara
poco, en un nuevo proceso de distorsión, en las calles con tráfico los
guijarros fueron sustituidos por adoquines, impropios de una ciudad como
Cuenca, por muy útiles que resulten para soportar el paso de los vehículos. Y
así hemos llegado a donde estamos. El último despropósito se puede ver en la
calle Matadero Viejo.
Ni que decir tiene que en ciudades
tan cuidadosamente conservadas como Córdoba, Granada, Ronda o Jerez, este
problema no existe. En ellas pueden encontrarse maravillosas calles
enguijarradas, cosa propia de lugares que respetan su esencia urbanística y
procuran mantenerla sin descuidos.
Aquí el nuevo y ya inminente
desastre se está elaborando en la calle de San Juan, en la que los guijarros
van saltando por docenas, uno tras otro, sin que nadie acuda a detener el
proceso, iniciado con la chapuza realizada por quienes abrieron (y mal
cerraron) la zanja para introducir las tuberías del gas natural. Después de
aquello, en tiempos mejores, hubiera bastado con que dos o tres trabajadores
diestros hubieran empleado un par de jornadas en reponer los guijarros
voladizos para que todo siguiera en orden y belleza. Como eso no se hace, el
resultado está a la vista y lo puede comprobar cualquiera, ahora mismo: la
calle de San Juan está siendo despellejada, piedra a piedra, abriendo
descarnaduras que, amén de peligrosas para quienes transitan sobre ellas,
aportan un triste, lamentable aspecto de abandono.
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