17 03 2018 VISIÓN DESDE UNA SERENA ATALAYA URBANA



Visión desde una serena atalaya urbana

Desde la serena atalaya que le sirve para contemplar abiertamente el hermoso paisaje que le ofrece el casco antiguo de Cuenca y sentir, a sus pies, el bullicio de la ciudad moderna, el hospital de Santiago ofrece de manera plena la sugestiva imagen de una arquitectura inconmovible por el paso del tiempo, a pesar de que algunas de las desdichadas circunstancias que de manera intermitente sacuden la vida de este país, pudo en algún momento ponerlo en peligro. No faltan, incluso, algunos relatos que dramatizan uno de esos hechos, asegurando de manera rotunda que Juan Martín “El Empecinado” le prendió fuego llevándolo a la destrucción. Lo hizo, sí, y provocó cuantiosos daños, pero no hay más que mirar para ver cómo el noble a la par que útil edificio permanece sólidamente en pie.
        Como ocurre con todo aquello que forma parte de la convivencia cotidiana, el Hospital de Santiago no despierta mucho interés entre la ciudadanía conquense, que lo asume como algo que está ahí, desde siempre, a lo que no se da especial valor y tampoco está incluido en el repertorio habitual de los recorridos turísticos que repiten, con sosa monotonía, los mismos tópicos en idénticos lugares. Pero una visita a este magnífico recinto, situado en la coronación del cerro que lleva su mismo nombre, es una experiencia siempre aleccionadora y por ello recomendable. Para que sea completa, lo mejor, desde luego, es llegar hasta allí por la singular escalinata que trazó el arquitecto Antonio Carlevaris, sin duda la más llamativa de cuantas existen en la ciudad pero si el esfuerzo de subir esos escalones disuade a alguien siempre queda el recurso de hacerlo por detrás, desde la calle Colón, frente al edificio de la UNED.
         Estamos ante la institución más antigua de Cuenca, nacida en el mismo momento de la conquista, cuando Alfonso VIII cedió a la Orden de Santiago, como reconocimiento por su colaboración, un amplio espacio de terreno que incluía tierras, huertas, molinos, fuentes y hasta un fragmento del río Júcar. El objetivo esencial de la donación real era facilitar la ubicación de un hospital para redención de cautivos liberados del poder musulmán; de ahí hasta ahora hay una larguísima evolución que se puede historia en cientos de páginas, no solo en una sencilla columna periodística. De aquel primitivo edificio gótico no queda nada, ni un dibujo siquiera, porque en el siglo XVI fue sustituido por el que hoy conocemos, con un trazado regular ordenado en torno a un patio porticado que es, dicho sea de paso, uno de los más hermosos sitios para visitar, con su algibe en el centro, y del que disfrutan de manera cotidiana los ancianos que actualmente son los residentes habitual del antiguo hospital, hoy residencia geriátrica.
         La noble fachada barroca, obra del arquitecto conquense Francisco de Mora, fue implantada posteriormente y ahí la tenemos, resistiendo el paso del tiempo y mirando airosamente hacia el cogollo de la ciudad. Otra portada, más antigua, conocida como Puerta Dorada, se encuentra en la fachada lateral. En el interior, otro elemento destacadísimo es la pequeña pero muy bella iglesia que trazó Martín de Aldehuela. Y para completar el repertorio de puntos de interés, se puede gestionar (y conseguir amablemente) ver la singular botica antigua, pieza única porque solo esta sobrevive entre las varias que hubo en la ciudad, con una extraordinaria y sugerente colección de recipientes propios de este oficio.
          Desde su excepcional atalaya, el Hospital de Santiago sigue contemplando plácidamente el discurrir de la vida ciudadana.


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