14 07 2018 UN LARGO TRAGO DE ANSIAS COMPARTIDO
Un largo trago de
ansias compartido
Es una imagen
imborrable, descarrachante. Tenemos en casa una reunión de amigos y de pronto,
en lo alto de la escalera, aparece una figura estrambótica, envuelta en audaz
disfraz. Tras las vestiduras, al pronto irreconocible, está la imagen
histriónica de Pedro Cerrillo, exhibiendo su capacidad innata para el
transformismo, exultante de alegría imaginativa y divertida. En el fondo, el
teatro era lo suyo y lo sacrificó para ejercer de hombre serio y responsable,
encargado de gestionar sesudas cuestiones a las que aplicó eficacia y rigor.
Porque no era una persona unidireccional, como parecen reflejar las biografías
oficiales, tan repetidas estos días, sino alguien dotado de una prodigiosa
capacidad para la inventiva y la actividad lúdica.
De
todas las cosas que hizo, mi preferida es su genial invención de la Feria del
Libro de Cuenca, que llegó a esta ciudad justamente cuando él fue el primer concejal
de Cultura de un Ayuntamiento democrático. Con la constancia y firmeza que eran
parte de su carácter, nos convenció a algunos descreídos y la pusimos en
marcha, bajo el asfixiante sol de agosto, en el polideportivo de El Sargal.
Para entonces, ya había entrado en el mundo de las letras publicando sus dos
primeros libros de poemas, A dos voces:
Cuenca en un puño, compartido con José Ángel García y El viento pasa a compás, dedicación literaria que siempre mantuvo
soterrada pero en estado latente, mientras se lanzaba a la investigación y
divulgación de la temática que habría de ser dominante, la literatura infantil
y la promoción de la lectura para todos, hasta recuperarla ya en el tramo final
de su vida, con un delicioso librito, El
jardín de Óscar, decididamente recomendable para los niños.
Antes de eso,
yo le había pedido una serie de artículos sobre los nuevos valores de la
literatura conquense y me los fue entregando con la puntualidad rigurosa que
era condición inseparable de su carácter. Volver a leer ahora aquellos trabajos
me permite reconocer su admirable intuición para encontrar y adivinar lo que
entonces no era más que una arriesgada posibilidad. Y eso lo mezclaba, con
total naturalidad, con su dedicación docente en la Escuela de Magisterio, donde
creó una auténtica legión de discípulos fieles y dio origen a la revista
Retama, ejemplar en su género.
En el año
2003 me acompañó, con la misma alegría, en el propósito de reactivar la Real Academia, mustia y vetusta. Primero
entré yo, luego él, a continuación Ángel Luis Mota, Miguel Jiménez y José Ángel
García. Fue un desembarco en toda regla y estoy convencido de que fuimos muy
eficaces dando nueva vitalidad al sistema. Sus últimas aportaciones en este
terreno estuvieron en línea con sus preferencias y su dedicación estudiosa: las
relaciones poéticas de García Lorca y de Gerardo Diego con Cuenca, cada uno en
su lugar y la ciudad con ambos.
La muerte de
Pedro Cerrillo, casi anunciada por él mismo (véase la entrada del 23 de febrero
en su blog personal) me trae, desde el apretado cajón donde se almacenan los
recuerdos, una enorme cantidad de vivencias personales, de momentos compartidos
en tantas aventuras que el amontonamiento deriva en un desorden acumulativo,
buen reflejo, a la vez, de la considerable riqueza de su trayectoria humana.
Siempre mantuvo intacto un saludable espíritu crítico y siempre tuvo a punto el
comentario irónico, la frase aguda, el acento burlón con que afrontaba las
estupideces de lo cotidiano, el espíritu exigente en busca del trabajo bien
hecho. Todo lo que echaremos de menos junto con la pérdida irreparable de su
compañía y su amistad [El título de este artículo es el de un poemario de José
Ángel García].
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