07 07 2018 LA PLACA PERDIDA DEL CABALLERO JULIÁN ROMERO
La placa perdida del caballero Julián
Romero
Para celebrar debidamente el
centenario del caballero Julián Romero, héroe de las guerras de Flandes y personaje
verdaderamente singular de aquella España de intrigas, aventuras, exaltaciones
piadosas y glorias literarias, alguien, una mano por ahora anónima, ha decidido
eliminar su nombre del callejero conquense. No he conseguido averiguar (digamos
que tampoco he llevado a cabo una investigación exhaustiva, sólo superficial)
quien o quienes han sido los autores de esta genial idea ni qué motivos han
podido inspirar su actuación, aunque no me extrañaría que hubiesen encontrado
un pretexto similar al de la memoria histórica, por estar a la moda y seguir el
ejemplo de la alcaldesa de Barcelona eliminando militares del callejero. Algo
se puede asegurar: no hay ningún acuerdo municipal que avale esta fechoría.
Sí sabemos, a
ciencia cierta, desde cuándo esa calle, característica y singular, se llama de
Julián Romero. Fue un acuerdo municipal del 17 de octubre de 1955 que, de paso,
consagró la incorporación al callejero urbano conquense del concepto “Ronda”,
(entonces no existía) aplicado a las vías que sirven para formar una envoltura
exterior al casco de las ciudades, en este caso costeando la parte superior de
las hoces, por lo que se complementó posteriormente con la Ronda del Júcar. La
calle a que aquí me refiero, en su mayor parte venía a ser la fachada trasera
de los edificios cuya entrada principal se encuentra en la calle de San Pedro,
sirviendo la Ronda como vía de servicio y alojamiento de las dependencias
igualmente secundarias. Este detalle es importante para comprender el diferente
tratamiento dado por los constructores originales de Cuenca a una y otra
fachada. En esta Ronda no había escudos nobiliarios ni grandes portadas ni
rejería de forja (el Colegio de San José fue la excepción), pero sí, en cambio,
balconadas que en Cuenca no se relacionan con los sectores nobles de la
vivienda, sino con los de servicio. Estos conceptos han sido modificados en tiempos
modernos de modo que ya no tienen aplicación efectiva, porque las cosas, al
compás de los tiempos, cambian y se mueven de un sitio a otro y ahora, como
vemos en numerosos ejemplos, aquellos viejos principios estéticos no siempre se
respetan.
Hay otro
acuerdo del consistorio, de unos meses después, en concreto del 27 de febrero
de 1956 y no del pleno, sino de la Comisión Municipal Permanente, que decidió
colocar en esta calle un escudo con las armas de Julián Romero, aprobándose el
modelo presentado al que debería añadirse en el pie una placa con las fechas de
su nacimiento y muerte, batallas en las que sobresalió, etc. Un mes más tarde,
se aprobó el presupuesto (975 pesetas) presentado por F. Martínez y Hermano, en
piedra almorquí. Y ahí terminó esta historia, porque la placa, si llegó a
hacerse, nunca fue colocada en el sitio que tenía destinado y yo no recuerdo
tampoco haber visto ninguna imagen de ella.
Habrán
quitado la identificación callejera y hasta es posible que, por ese detalle, se
pierda en la memoria de las generaciones futuras el nombre de Julián Romero
vinculado a esta zona tan característica del casco antiguo de Cuenca, pero no
es probable que este tipo de desplantes
y otros parecidos (como el del sujeto que hace unos meses eliminó una reja
barroca en la calle de San Pedro y ahí sigue, tan campante) sean suficientes
para distorsionar el carácter específico, verdaderamente singular, del recinto
histórico de Cuenca que, como algunas veces se ha escrito, es de una extrema
fragilidad y por ello más necesitado que otros muchos de atención, cuidados y
respeto.
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