06 10 2018 EL HOMBRE QUE HIZO HABLAR AL BARRO



El hombre que hizo hablar al barro

Es sabido que el ser humano es el único miembro de la fauna dotado de la capacidad de tener memoria, pero también sabemos que ese bien intelectual es muy frágil, de manera que con notable (a veces, inexplicable) frecuencia olvidamos cosas que deberían darse por sabidas, aunque también es cierto que en muchos casos el olvido es voluntario. En esa aparente contradicción medito cuando oigo algunos comentarios de personas sorprendidas al “descubrir”, en la actual exposición dedicada a Pedro Mercedes, la existencia de una serie de placas de barro destinadas a formar un friso exterior en el mercado municipal de la Plaza de los Carros. El descubrimiento no es tal: ya fueron expuestas, todas, en el Centro Cultural Aguirre, en marzo de 2007 y yo daba por supuesto que fueron vistas por la totalidad de habitantes de esta ciudad. Parece que no fue así o que muchos de los que acudieron a verlas, olvidaron la experiencia.
       Las obras de construcción del nuevo mercado se iniciaron en 1969 y formaba parte de una ambiciosa operación urbanística llamada a remodelar por completo el espacio, para dar lugar a una amplia y moderna plaza en cuyo centro quedaría situada una espléndida fuente luminosa. En ese plan se incluía el derribo del antiguo mercado, hoy tan añorado. Quien entonces era alcalde de la ciudad, Andrés Moya, me explicó cuáles eran sus intenciones: “Pensé en la conveniencia de dar al edificio, de nueva construcción, una categoría artística. Al hacerse las obras del nuevo mercado se me ocurrió que también sería buena una ornamentación alusiva, en forma de una franja de losas que cubriera la mitad de la fachada del edificio. Así se lo expliqué a Pedro Mercedes, diciéndole lo que quería, de manera que hubiera una relación entre los trabajos necesarios para obtener los productos y el resultado final al ofrecerlos en el mercado. Pedro lo entendió en seguida y se puso manos a la obra”.
       El alfarero asumió encantado el encargo, estimulado además porque nunca había realizado un trabajo tan grande y complejo. Diseñó (mentalmente) un total de 74 placas, cuyas dimensiones no podían sobrepasar las medidas de 54 por 40 centímetros, condición inevitable por las características del horno. Elaboró, siempre con la ayuda de  su eficaz ayudante, José, un juego de bastidores con unos raíles para poder preparar todas las placas a la vez, de manera que entraran todas en la misma hornada, matiz necesario con el objetivo de conseguir en todas ellas la misma textura, color y cocción. Listos los recipientes y preparado el barro, llegó la hora de pasar a trazar los dibujos. Pensaba en cada uno de los negocios susceptibles de tener cabida en las dependencias del mercado, los comestibles, la panadería, la pescadería, los pastores llevando sus corderos, el heraldo anunciador de las ventas, el dinero que cambia de manos y también,  la taberna, como punto de encuentro, tertulia y cambalache de mercaderías.
       Todo eso me lo fue contando Pedro Mercedes, sorprendido de que al fin pudieran verse en público esas placas que nadie, hasta ese año de 2007, había conocido, porque una vez terminadas, el alcalde Andrés Moya, pensó –y quizá no le faltaba razón- que la serie de tablas de barro, al alcance de la mano, terminaría por ser una tentación demasiado fuerte para los amigos de hacer daño, género humano en creciente desarrollo en los años 70 y en completa expansión en los momentos actuales. No es temerario aceptar que esas placas, de haber sido colocadas en el lugar que tenían destinado, no habrían llegado vivas hasta nuestros días. Una parte de ellas puede volver a verse ahora, en la Casa Zavala. Nadie debería perderse este espectáculo verdaderamente singular.

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