04 08 2018 CAMPOS DE GIRASOL, SOSEGADA PRESENCIA
Campos de girasol,
sosegada presencia
Siempre
me ha resultado muy consoladora la imagen de los campos de girasol, tan
abundantes en amplias zonas de nuestra provincia, cuando llegan estas fechas
veraniegas y lucen todo el esplendor colorista de sus elegantes matas verdes,
regando con generosa presencia campos que pudieran estar yermos sin esa
abundancia de tortas de brillante color amarillo, de futuro incierto, por otro
lado, pero de inexcusable belleza cromática, material adecuado para la
literatura y el cine.
Esta
presencia es más notable en este extraño año, en que la tradicional abulia
agosteña viene marcada por inhabituales señales de agitación que cubren de
inquietas noticias periódicos y telediarios. Ya no hace falta recurrir, como
sucedía hace años, a invenciones más o menos escacharrantes (famosa fue la
serpiente de Chillarón, inventada por Carlos Briones) para cubrir de noticias
un mes que se presentaba vacío de contenidos. Ahora, con el follón de los
taxistas en media España (o más de media, según se mire), el de los vuelos de
Ryanair (que vuelve a poner en cuestión el mito de los precios bajos, que al
final salen más caros), el continuo debate sobre los guías de turismo o los
pisos turísticos de alquiler o los apuros del Gobierno para sacar adelante las
últimas medidas económicas que pretendía (con lo que descubre qué peligroso es
tener extraños compañeros de cama, que lo mismo pasan del éxtasis amoroso al
desapego más cruel), por no hablar de los tejemanejes en TVE y del insólito
desafío asumido por Rosa María Mateos, pretendiendo enderezar el ente en tres o
cuatro meses, tenemos garantizada información, tertulias, comentarios y
análisis para todo el mes.
Pese
a ello, hay cosas que permanecen, se repiten y se mantienen, pese a su
reconocida inutilidad. Por ejemplo, Sanidad nos sigue dando periódicos partes
sobre zonas líquidas en que no es recomendable el baño, porque las aguas son
insanas y eso a pesar de que nadie hace el menor caso de tales advertencias y
cada cual se baña donde le parece. En cambio, la diligente actividad de estos
funcionarios no se aplica nunca, que yo sepa, a los infames efluvios que
desprenden los cientos de contenedores
que pueblan las calles de Cuenca (y también de la mayoría de los
pueblos) sin que nadie obligue a los ayuntamientos implicados o a las empresas
concesionarias de tales servicios a pasar la fregona y el desodorante de vez en
cuando para aliviar las miasmas que nos invaden a todos. Y si esto es ya
habitual, imaginemos lo que puede pasar en estos días, en que los expertos nos
anuncian los males del infierno con temperaturas que nos van a poner
literalmente a caldo.
Este
agosto no es como el de todos los años o como era antes, de parón total en la
vida del país, con fábricas y tiendas cerradas, con todo el mundo en la playa o
de fiestas en los pueblos. Creo que ni siquiera el gobierno se va a poder tomar
vacaciones, con la que tiene encima entre taxis, aviones, financiación
autonómica, pateras llegando a docenas, inmigrantes acumulándose en centros de
acogida (y sin solución a la vista para un problema creciente) y todo el sin
fin de lindezas más o menos polémicas que vienen formando el calendario de la
actualidad cotidiana.
En
ese panorama, que yo no quisiera dibujar más dramático o problemático de lo que
es, la sosegada presencia de los campos de girasol ejerce una acción balsámica,
como si sobre ellos no incidiera en manera alguna el drama vital de cada día.
Podrá haber eclipses de luna y las estrellas fugaces volverán a cruzar el
firmamento un día d estos, pero aquí abajo, en la tierra de los campos de
Cuenca, las tortas de girasol seguirán brillando con su amable presencia.
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