02 06 2018 LA VENTA DE CONTRERAS, A ESTE LADO DE CUENCA
La Venta de Contreras, a este lado de
Cuenca
Hay un rincón paradisiaco, al borde mismo de donde Cuenca pierde su
nombre para empezar a llamarse Valencia, que se mantiene milagrosamente en pie
y, según creo, con un espíritu muy vivo, cosa sorprendente en estos tiempos de
cierre, liquidación apresurada y galopante pérdida de la memoria. De hecho,
esto último es aplicable al caso que aquí traigo, la Venta de Contreras, que no
ha merecido nunca un especial tratamiento afectuoso por parte de autoridades,
instituciones y público en general de esta provincia, a pesar de que se trata
de uno de los espacios más atractivos que se puede imaginar.
Hablo de la Venta de Contreras haciendo una severa apelación a la
memoria, donde se almacenan recuerdos y experiencias imborrables que, a la vez,
ayudan a recrear las figuras de amigos entrañables ya desaparecidos, el primero
de todos, Fidel García Berlanga, un caballero a la antigua usanza, extraído de
un vetusto libro de relatos del Siglo de Oro y trasplantado a nuestra época
para perseguir misiones imposibles. Lo veo de pie, al borde de la margen
derecha del Cabriel, apostillando las perversas intenciones de los vecinos de
la otra orilla, a la que él justamente pertenecía por nacimiento y cultura,
renunciando a sus orígenes para asumir los de la parte de acá.
Contreras debió ser el apellido de la familia fundadora de la aldea
medieval en la que llegaron a vivir hasta 45 habitantes. La venta se construyó
hacia el siglo XVI, como parada de postas para las diligencias que habían el
trayecto entre Madrid y Valencia por la sierra de las Cabrillas, en un viaje
que duraba siete jornadas. Las cosas mejoraron cuando se construyó la carretera
del puerto y el ingeniero Lucio del Valle trazó en 1851 el espectacular puente
que salva el cauce del Cabriel.
En 1950, Fidel García Berlanga adquirió la instalación y, asesorado por
el arquitecto Muguruza, reformó y mejoró el aspecto general, respetando por
completo su estructura básica, para convertirla en un lugar excepcionalmente
agradable, como bien pudieron comprobar personajes tan dispares como Ernst
Hemingway, Ava Gardner, Miguel Delibes, César González Ruano, Camilo José Cela,
los Goytisolo o Fernando Trueba, por citar algunos de los innumerables
personajes famosos que aquí hicieron parada y fonda pero también de otros
muchos ciudadanos anónimos, entre los que me cuento, que encontrábamos un
auténtico placer en ir hasta allí para disfrutar del enorme, inconmovible
paisaje, del encanto de la propia venta y de la hospitalidad de su siempre
amable propietario.
Ese carácter cambió cuando la nueva carretera dejó al margen venta,
puerto y puente de manera que para llegar a ella hay que abandonar la N‑III y
seguir el antiguo camino que desemboca al borde del río, en un paraje de impresionante
y abrupta belleza, a las puertas mismas de las Hoces del Cabriel. Tras la muerte
de Fidel García Berlanga en 1993, la venta pasó un momento de crisis, que
parece felizmente recuperado porque su hijo, también llamado Fidel, ha
encontrado un eficaz sistema para convertirla en un
punto de referencia para el turismo que busca la naturaleza, el deporte, la
cercanía con el medio rural y el alejamiento de los recintos masificados. Con
la oportunidad de disfrutar de un pedazo de arquitectura rescatado de un tiempo
ya perdido, que incluso mantiene en su interior mobiliario y decoración antiguos.
La Venta de Contreras es, ya lo dije al empezar, una especie de pequeño paraíso
arraigado aquí, en la misma tierra de Cuenca, no siempre sensible a lo que tan
generosamente posee.
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