27 05 2017 EL LIBRO DE LA MEMORIA
El libro de la memoria
El problema de cumplir años y de
haber estado con frecuencia en numerosos fregados es que los recuerdos se van
acumulando, a veces en forma tan desordenada que es preciso recurrir al archivo
de notas para ponerlos en su sitio, cada uno en el lugar temporal y físico que
les corresponde. Ello sin contar con el ingrediente que aporta la nostalgia,
elemento mental peligrosísimo, que distorsiona los hechos para acomodarlos a lo
que el ánimo desea, tanto para bien como para mal. En esas cosas pienso, en
vísperas de que vuelva a Cuenca una celebración institucional con la que se
intenta visualizar la formación y nacimiento de nuestra Comunidad Autónoma, de
la que se ha desprendido todo lo que antiguamente hubo de fiesta popular, de
concentración masiva de gentes venidas de toda la región para sentirse más o
menos solidarias con lo que pareció, en sus inicios, una idea utópica, poco
menos que irrealizable, casi una broma, empezando por el nombre elegido para
bautizarla y pasando con los múltiples problemas y disputas para intentar
definir sus contornos e integrantes: con Madrid o sin Madrid, Albacete dentro o
fuera, Castilla entera o fragmentada, cómo encajar a la siempre díscola
Guadalajara (que, por cierto, sigue yendo a su aire en materia universitaria y
bancaria).
No está de más, creo, recordar que
el primer paso se dio en Mota del Cuervo, a donde acudieron parlamentarios de
las cinco provincias animados con el solo pensamiento de que algo había que
hacer. Empezaba la democracia a recorrer su camino, las regiones históricas ya
avanzaban con paso firme para conseguir lo que llevaban intentando durante
siglos y el resto del país ante la perspectiva de quedarse fuera o atrás (que
quizá viene a ser lo mismo) reaccionó buscando también algo similar. A
trompicones empezó al rosario de reuniones y ahí es donde se van mezclando los
recuerdos. En los inicios, se hicieron algunas en el salón rojo de la
Diputación de Cuenca y allí, en los debates estatutarios, empezó a despuntar la
verborrea de un joven abogado de Albacete, José Bono, que en seguida tomó la
delantera en planteamientos dialécticos; podría decirse que era de los pocos
que sabía bien lo que quería mientras la mayoría de los demás se dejaba llevar
por los acontecimientos, con más dudas que certezas sobre lo que estaban
haciendo. Es inevitable recordar el frío intenso de la iglesia de Santa María,
en Alarcón, donde finalmente se aprobó el Estatuto de Autonomía, que debería
haber merecido el calor popular suficiente para envolver al menos en afectos el
que debió ser un día histórico. La foto que precede a estar líneas recoge la
presencia de los parlamentarios conquenses en aquel acto.
Un 31 de mayo se constituyeron las
primeras Cortes Regionales y eso es lo que, desde entonces, se viene celebrando
tal día de cada año. En la memoria quedan los sucesos que fueron jalonando el
desarrollo de la Comunidad, con episodios ciertamente escabrosos, en el que
ocupa lugar destacado el debate sobre la capitalidad, que tantos traumas
provocó en Cuenca, sin que probablemente se hayan conseguido eliminar del todo
o el no menos polémico y frustrante origen y desarrollo de la Universidad, sin
olvidar el notable episodio de constitución, casi a la fuerza, de la Caja de
Ahorros regional, cuyo destino último todavía nos sigue pareciendo
desconcertante, por no decir palabras mayores.
Sobresaltos aparte, las gentes
empezaron a tomar conciencia de que existía Castilla-La Mancha y nos fuimos
acostumbrando a saber que ya no había que recurrir constantemente al Estado
para resolver cuestiones domésticas. Y empezaron también las celebraciones
colectivas. Había certámenes de pintura de ámbito regional e incluso Juegos
deportivos que, siguiendo el rastro de las Olimpiadas, concentraban cada cuatro
años a los jóvenes deportistas de la región. El Día de la Región, por turno
sucesivo entre las capitales de provincia primero y localidades de importancia
después, era una cita importante para ofrecer espectáculos musicales y folklóricos.
Y era, sigue siendo, el momento adecuado para entregar distinciones y reconocer
méritos. Este año, en Cuenca, será Raúl del Pozo la persona que recibirá el más
alto premio que concede la Comunidad Autónoma. No hace falta desgranar muchas
palabras para decir hasta qué punto es un acto de justicia y, a la vez, un
acierto de quienes sean los responsables de haber tomado tal decisión.
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