24 04 2016 LA AGONÍA DEL PUENTE DEL CHANTRE
La agonía del puente del Chantre
El
15 de septiembre de 1772, el corregidor de la ciudad de Cuenca y su partido,
Marcos de Viedma, ponía en conocimiento del Real Consejo un exhaustivo informe
en el que señalaba el grave estado en que se encontraban todos los puentes
inmediatos a la ciudad de Cuenca, enfatizando singularmente la situación del
titulado del Chantre, amenazado de ruina inminente, lo cual sería causa de
incontables perjuicios para los cientos de personas que todos los días, sobre
todo por motivos comerciales y laborales, bajaban de la Sierra hasta la capital
y necesitaban cruzarlo como vía más razonable para llegar hasta su destino.
No era ese el primer puente
construido para cruzar el paraje del Chantre, ni tampoco sería el último. Ni
las repetidas gestiones fueron fáciles de tramitar, ni en todo momento
aparecieron como por arte de birlibirloque los dineros necesarios para
financiar los trabajos pero a fin de cuentas, a trancas y barrancas, sucesivos
puentes de madera fueron levantándose para ofrecer de manera casi permanente el
que era objetivo fundamental: que las gentes pudieran seguir cruzando el Júcar
de un lado a otro y llegar así, por el que hoy conocemos como camino de San
Isidro, al núcleo esencial de Cuenca, penetrando en la ciudad por la puerta del
Castillo.
El
lugar elegido inicialmente para su construcción no apareció al azar, sino que
fue señalado de una manera consciente, en
el sitio en el que el Júcar se aproxima a su confluencia con el Mariana,
formando un espacio que, si no demasiado amplio, si es suficiente para permitir
históricamente el asentamiento de los ganados que hacían la trashumancia desde
la Sierra a la Mancha. La idea corresponde a uno de esos personajes singulares
que aparecen repartidos por las páginas del repertorio biográfico conquense, el
chantre del cabildo catedralicio Nuño Álvarez Osorio, un sujeto especialmente
emprendedor en diversas iniciativas, que a mediados del siglo XV financió la
obra del puente, precisamente para facilitar el tránsito desde la Sierra hasta
la ciudad.
Tras
ese primer puente se sucedieron otros, todos de inestable construcción en
madera, víctimas fáciles ante las periódicas embestidas del Júcar, empeñado en
emprender furiosas avenidas de vez en cuando. Hasta que se decidió acometer en
firme el problema, mediante la aplicación de modernas soluciones de la
ingeniería, para sacar adelante un sólido puente de piedra, de tan laboriosa
gestión como son casi todas las cosas en Cuenca (la tramitación empezó en 1860
y las obras quedaron terminadas en 1883) y de esa manera surgió la imagen tan
familiar que durante siglo y medio ha venido acompañándonos. Es puente de un sólo ojo, construido en
mampostería con sillería en el arco de medio punto. Es sencillo, nada
espectacular, pero sí de una altura considerable, tan airoso como orgulloso,
contemplando con serena displicencia el paso de las generaciones y de las
aguas, en un paraje de excepcional
belleza, utilizado cada año por de miles de ciudadanos, que aquí recalan
buscando pacífico reposo y baño.
El puente del Chantre,
como tantos otros, quedó al margen de las nuevas carreteras y así perdió gran
parte de su utilidad centenaria. Y si no tiene un sentido práctico, sí posee
otro mucho más importante e inmarchitable, el de su sencilla y elegante belleza
que complementa con discreción la del paraje en que se encuentra. Como todo
aquello que deja de ser útil, los llamados a cuidarlo hicieron todo lo
contrario, o sea, abandonarlo a su suerte y así, desde hace unos años, vemos
cómo sus piedras se van desprendiendo, el firme se horada, los pretiles se
desmontan y cualquier día caerá lo que tan trabajosamente aún se mantiene. Hace
tiempo se dio la señal de alarma y algunos ciudadanos clamaron pidiendo
remedios. El Ayuntamiento de Cuenca reaccionó abriendo una investigación para
averiguar quién es el dueño del puente y por tanto, quién debería hacer la
reparación.
En el pretil del
puente, una placa (si no se ha caído ya) proclama la respuesta: “Construido por
el Excmo. Ayuntamiento de Cuenca, 1882”. Bien fácil es saber a quien pertenece
el puente y quienes deberían poner fin a su amarga agonía, reparándolo para que
siga formando parte del patrimonio colectivo de la ciudad.
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