18 11 2016 ENCANTOS DEL CAMPICHUELO
Encantos del Campichuelo
No nos cansaremos de decir (algunos,
de escribir) qué considerables son las posibilidades turísticas de la provincia
de Cuenca y, a la vez, cuánto desconocimiento, o desinformación sigue
existiendo, a pesar de los meritorios esfuerzos que se están haciendo en
completar y mejorar esos aspectos. Hay, quizá, un exceso de atención hacia
ciertos puntos muy concretos, en los que se incide una y otra vez, con razón,
seguramente, porque son los más potentes y también los que ofrecen mayores
facilidades en detalles tan importantes como son alojamientos y restaurantes,
porque los viajeros, aparte ensoñarse con el paisaje o disfrutar de bonitos
rincones pueblerinos también necesitan comer y dormir, placeres que solo pueden
encontrarse en determinados lugares. Pero ello, pienso, no debería impedir el
prestar atención a otros lugares que suelen pasar desapercibidos, en unos casos
por falta de curiosidad de los propios viajeros y en otros por defectos de
información publicitaria.
Este exordio puede aplicarse a
numerosas comarcas conquenses, pero aquí y ahora voy a referirme a una en
concreto que, además, por su cercanía a la capital, tiene posibilidades de
servir perfectamente de sugerencia a esos viajeros que, agotado el repertorio
habitual de visita a la ciudad, preguntan qué más se puede hacer. Pues
bastarían unas pocas horas, apenas una mañana (o una tarde) para realizar un
delicioso paseo por El Campichuelo, un rincón geográfico que viene a formar una
especie de cuña entre las primeras estribaciones de la Serranía y la Alcarria,
quedando como al margen, silencioso y escondido, para quienes hacen las rutas
que conducen a esos otros dos territorios, de potencial más llamativo.
Ya el propio título viene a ser
amable, enternecedor, simpático. Es, por supuesto, un diminutivo que en sí
mismo encierra un sentimiento de humildad, como de querer pasar desapercibido.
No hay en su interior grandes paisajes, salvo la línea poderosa de la Sierra de
Bascuñana que marca uno de sus límites; tampoco hay ningún gran río ni
espectaculares formaciones rocosas pero sí ofrece El Campichuelo un delicioso
reguero de pequeños pueblos que, desde Mariana a La Frontera van señalando el
trazado de la carretera como puntos llenos de vida y encanto, invitando a
detener la marcha y pasear por sus calles, siquiera unos minutos, para poder
saborear todavía el atractivo de la vida rural que va desapareciendo a marchas
forzadas y que aquí aún se conserva en buena medida.
Pero, naturalmente, lo que
caracteriza a esta comarca, precisamente por su condición de marginalidad
geográfica y el mantenimiento de unas costumbres sociales arcaicas, es la
impresionante sucesión de iglesias románicas que se puede encontrar en casi
todos los pueblos, construidas en la Edad Media, en el tramo inicial de la
repoblación tras la conquista, y que por su precaria economía no tuvieron
fuerzas suficientes para sustituirlas por otras construcciones más aparentes,
cuando llegaron el gótico, el renacimiento o el barroco, con la excepción
destacada de la de Sotos. Siempre me ha llamado la atención que un repertorio
de tanto valor arquitectónico no haya sido debidamente ensalzado ni que sirva
de pretexto para organizar una ruta en condiciones que, como dije antes,
pudiera ser ofrecida como atractivo singular a los viajeros que recalan en la
capital provincial.
No son construcciones lujosas ni
tienen los elementos destacados que podemos encontrar en tantos pueblos de la
vieja Castilla, pero sí son singularmente atractivas, con sus bellísimos
ábsides semicirculares, las arquivoltas de las portadas, los techos de madera.
Con escasa decoración, eso sí. Personalmente siempre me he sentido atraído por
la de Torrecilla, por su ubicación en un altozano, junto al cementerio,
dominando el paisaje de la comarca. Los entendidos conceden especial valor a la
de Ribatajada, por su bellísima portada. También lo es la de Villaseca, a pesar
de su deterioro. En La Frontera resulta muy atractivo el atrio que precede a la
entrada. La de Mariana presenta dos portadas admirables y en Pajares es muy
valiosa la artesa además del encantador retablo de la época. Y no hay que
olvidar la ermita de Horcajada, en Ribagorda, una de las más antiguas de la
provincia, de puro románico. Dicho todo esto así, sintéticamente, con premura,
solo para llamar la atención de un escondido paraje que merece ser más conocido
(y difundido) de lo que ha sido hasta ahora.
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