18 02 2017 ALEGRE CANCIÓN DEL AGUA
Alegre canción del agua
Recibir una sorpresa consiste en
conocer, ver, oír algo que no se espera. Nadie esperaba, hace unos días, que el
cierre del telediario nocturno nos ofreciera unas imágenes (bellísimas, por
otro lado), de las cascadas del río Cuervo en un momento de esplendor. Imágenes
sin palabras, que son las mejores, porque no se necesita comentario alguno para
acompañarlas y en las que solo el suave rumor del agua cayendo dulcemente,
resbalando sobre la capa de musgo, era suficiente para completar el hermoso
espectáculo, al que solo se le podría reprochar la brevedad, algo que es
consustancial con la cicatera medida del tiempo que aplican los informativos
televisivos.
La presencia del agua, abundante, en
este caso, tiene un indudable valor, porque durante los últimos meses el río
Cuervo nos había acostumbrado a presentarse impúdicamente desnudo, vacío, seco.
Probablemente no hay imagen más desoladora, más impactante, que la de un río
sin agua, un hecho que en los últimos tiempos viene siendo más frecuente de lo
deseable y que nos ofrece la visión repetida de multitud de cauces, pequeños,
casi siempre, abrumados bajo la maleza que invade todo, sin que ni una gota de
líquido fluya entre ella. Impresión que se acrecienta cuando se vive la amarga
experiencia de acercarnos a las riberas del embalse de Buendía, cuyo pavoroso
vacío, constatable por cualquiera que tenga ojos, no es suficiente argumento
para reprimir la insaciable capacidad de las tierras del sureste para exprimir
hasta la última gota disponible, sin importarles en absoluto las consecuencias
que para el mañana pueda tener esa avaricia de hoy.
Sobre el Cuervo y otros ríos
serranos no ha caído esa maldición derivada de la insaciable despreocupación
humana. Otros castigos sí lo amenazan y entre ellos no es el menor el derivado
de esa realidad impalpable pero cierta vinculada con las alteraciones del clima
una de cuyas consecuencias es la brusca alteración de los caudales fluviales,
de manera que uno no sabe nunca si el río en cuestión llevará o no agua, y se
será mucha o poca. Por eso, las últimas imágenes visuales que conservo de hace
apenas unos meses, en el Rincón del Cuervo, es la de una total sequía.
Resultaba, ciertamente desconsolador, contemplar las secas paredes de las
cascadas, agrietadas, amorfas en su naturaleza escuálida, cubiertas apenas por
unos ramajes igualmente pelados. Dicho en otras palabras: la fealdad
paisajística apoderándose de lo que todos conocemos como un remanso de plácida
belleza.
Con la misma impetuosa
improvisación, gracias apenas a unas pocas lluvias y unos cuantos copos de
nieve, el Cuervo ha recuperado su intensidad natural y esa agua que surge
cantarina en el fondo de unas cuevas, corre presurosa durante apenas 500 metros para
precipitarse alegremente por la pared rocosa y dar forma a esas cascadas
irregulares, siempre diferentes, que nos ayudan a pensar en la bondad del mundo
que nos ha tocado vivir; tan lejos están de aquí Donald Trump y otros
desdichados ejemplares de la fauna humana, cuyas trapacerías no parecen tener
vigencia en estos apartados pequeños paraísos naturales.
Conforta ver el nacimiento del
Cuervo en la pantalla del televisor, tan lozano, tan amable, como un estallido
de bondad natural tras todo el repertorio de calamidades que los locutores y
corresponsales nos han contado en la media hora anterior. Es como si nos
dijeran que, pese a todo lo dicho y contado, otro mundo es posible, existe y
está prácticamente al alcance de la mano, apenas a un rato de distancia. Y así
la imagen bellísima de las cascadas asentadas en el corazón de la Serranía de
Cuenca alcanza un alto valor simbólico que, la verdad, es muy de agradecer.
Comentarios
Publicar un comentario