15 07 2017 LA CIUDAD DE LOS CABLES COLGANTES (O COLGADOS)
La ciudad de los cables colgantes (o
colgados)
Hay una
vieja diquisición lingüística en torno a la correcta aplicación del participio
presente, colgante, o el participio pasado, colgado, en según qué casos y
singularmente aplicándose a ciertas Casas de muy peculiar configuración visual.
Por razones misteriosas que se sumergen en un momento indeterminado del siglo
XX, allá por la segunda década, en que el promotor de unas tarjetas postales de
interés turístico acuñó el término “colgantes”, la disputa ha ido asentándose
hasta el momento presente, contando con la pertinaz insistencia de los
naturales del lugar por defender que las Casas en cuestión están colgadas y no
de la otra forma, como una y otra vez nos aplicamos a explicar a los turistas,
por lo común desconcertados ante un matiz que se les antoja caprichoso o
indiferente.
Esta es
alguna de las delicias de un idioma plagado de matices, variantes y verbos
irregulares y que ahora mismo llega al encabezamiento de este artículo para
plantearme, de entrada, la insondable duda metódica: los cables que cuelgan por
doquier en las calles del casco antiguo de Cuenca, ¿son colgantes o están
colgados? El tema no es baladí, aunque lo parezca. De hecho, es una de las
cuestiones que más tinta ha consumido en esta ciudad desde que comenzó el largo
proceso de afirmación de los valores urbanísticos y paisajísticos de una ciudad
que, entonces, comenzaba el camino para su reconocimiento como entidad
singular, no solo nacional, sino universal. En ese camino, plagado de aciertos,
restauraciones y recuperaciones, junto con algún que otro tropiezo, el tema de
los cables viene a ser como un asunto recurrente, que está ahí, patente,
visible en todo momento, pero que tras un estallido mediático pasa a segundo
plano y queda como en olvido, como una de esas empresas imposibles que tanto
condicionan la vida y el futuro de esta ciudad.
Asistimos
ahora a uno de esos momentos. Unos concejales de determinado partido político
han caído en la cuenta de que en nuestras calles hay muchos cables que afean el
entorno y que sería conveniente eliminar. Es lo mismo que otros antecesores
suyos dijeron ya, antes, y en varios momentos. Incluso en alguna ocasión llegó
a intentarse, con el inútil resultado que está a la vista de todos. Como por
aquí abunda la desmemoria de unos y la ignorancia de otros, refrescaré los
recuerdos con algunos apuntes curiosos. Por ejemplo, el del levantamiento
general del pavimento de la calle Alfonso VIII para sustituir todo lo que hay
en el subsuelo, memorable ocasión en que se introdujeron las necesarias
tuberías para, a continuación, introducir por ellas no solo todos los cables
habidos y por haber, sino también la conducción del gas natural. Veinte años
después el gas sigue sin aparecer y los cables siguen estando colgando en las
fachadas. Cuando llegó la hora de descolgarlos e introducirlos en las tuberías,
las grandes y poderosas compañías telefónicas y eléctricas dijeron que eso
tenía un alto precio que no estaban dispuestas a pagar. Y como no hay gobierno
ni fuerza humana capaz de controlar a estos entramados económicos, ahí siguen
los dichosos cables.
En otro
momento, el Ayuntamiento encontró dinero para iniciar la que anunció a bombo y
platillo como operación descolgamiento de cables y lo hizo, efectivamente, en
un fragmento de calle, que quedó limpia y reluciente… por unos cuantos días,
los que tardó un vecino cualquiera en comprar un nuevo televisor para el que
fue preciso bajar un cable nuevo desde el tejado por la fachada. Y al que
siguieron, naturalmente, otros con diferentes motivos, ante la impasible mirada
de la autoridad municipal, superada siempre por los acontecimientos de la dura
realidad cotidiana.
Como si
tuvieran vida propia, los cables se multiplican en las calles de Cuenca que,
lejos de librarse de ellos, ve cómo se incrementan de manera al parecer
incontenible. Los hay finos, delicados, con una utilidad concreta y limitada
para atender a un solitario vecino y los hay también enrevesados, formando
trenzados angustiosos por lo que circula todo lo que técnicamente es
imaginable. Hay cables privados, de uso particular, y públicos, que nadie se
libra de ellos. La mayoría están adosados a las fachadas, sin respetar ni
siquiera a los monumentos artísticos y otros sobrevuelan sobre el vacío de los
solares. Los cables de Cuenca tienen vida propia y no hay quien pueda con
ellos.
Comentarios
Publicar un comentario