13 05 2017 NO TOQUEN MÁS LA ROSA
No toquen más la rosa
Entiendo bien a quienes padecen
algún tipo de dependencia, sea el alcohol, las drogas, el juego, estar
compulsivamente ante el televisor viendo partidos de fútbol o perseguir
mariposas entre los matojos primaverales. Comprendo que hay cosas muy difíciles
de resistir, aún cuando se tengan buenos propósitos para ello. Yo suelo decirme
que este año no escribiré nada sobre la Feria del Libro, la lectura, los
escritores y demás miembros de la fauna libresca. Más o menos, eso mismo decía
el otro día Manuel Vicent a cuenta de sus buenos propósitos anuales para no
escribir cada año un artículo vitriólico sobre los toros, cuando llega la
habitual matanza de San Isidro y tampoco puede evitar finalmente caer en la
tentación de hacerlo (por cierto: el de este año es especialmente virulento; se
ve que está ya muy harto).
De manera que aquí estoy, víctima de
mi poca fuerza de voluntad, esclavo de ese vicio pertinaz que me hace volver
una vez y otra a dejar caer algunas palabrillas en torno a la Feria del Libro
concepto, por cierto, que poco tiene que ver con su auténtico sentido original
(mercado que se celebra al aire libre, en fechas determinadas, y en el que se
compran y venden todo tipo de productos, especialmente agrícolas y ganaderos,
eso dice el Diccionario de la Academia) lo que viene a ser, bien mirado, una
genial traslación de objetivos y materiales, la que va de vender gorrinos y
lechugas a hacerlo de libros de todo tipo, grandes y pequeños, de poesía o de
historia, inventivos o científicos, geniales o deleznables, que de todo hay
siempre en el mercado, cualquiera que sea el tipo de producto a vender.
Creo que hemos perdido la cuenta del
número de Ferias del Libro que van ya en Cuenca, desde que arrancó la primera,
al hilo de la recién estrenada democracia. Por algún motivo extraño, en cierto
momento se interrumpió el cómputo, que al comienzo se iba desgranando con la
habitual parsimonia propia de estos casos: primera, segunda, tercera… hasta que
empezó el baile de fechas, de sitios, de organizadores y promotores, incluso
con cambio en las denominaciones de manera que se interrumpió el hilo conductor,
la continuidad y, si me apuran, el carácter, para ir dando bandazos de acá para
allá, que es lo peor que puede pasarle a una actividad, del tipo que sea. Que
se olvida de su esencia propia, de su personalidad, incluso de la edad que
tiene.
Naturalmente, los libros, los
queridos, indefensos libros, no tienen la culpa. Ni los escritores, los
libreros, los bibliotecarios y, por supuesto, los lectores, que tienen una idea
genérica acerca de la bondad de celebrar una Feria y sacarla a la calle, al aire
libre, asunto siempre arriesgado y más en un sitio como Cuenca donde la
naturaleza suele ser especialmente agresiva tan pronto se entera de que va a
llevarse a cabo tal evento, ocasión que los cielos consideran especialmente
propicia para empezar a llover, como amenaza esta tarde, mientras escribo el
artículo, con bastantes probabilidades de que, en efecto, se agüe la fiesta
literaria.
A falta de comprobar qué pasa
realmente los próximos días feriales, me parece especialmente positivo que el
festejo haya vuelto al parque de San Julián, dando así una vuelta casi completa
a su recorrido itinerante y sería el colmo de la felicidad que quienes están
detrás de la organización decidieran actuar con un equilibrado y sabio sentido
común para no volver a moverla nunca más, ni de sitio, ni de fecha. Uno de los
factores fundamentales a tener en cuenta para conseguir el éxito en cualquier
proyecto es darle fijeza y seguridad. Los seres humanos tenemos un alto
componente de amor por la rutina, una firme tendencia a repetir un año tras
otro en fecha fija las cosas que nos interesan y eso empieza por los cumpleaños
personales, celebrados con gozosa fruición familiar y colectiva y pasa por
todas las fiestas habidas y por haber. Basta mirar alrededor, echar un vistazo
al calendario, para comprobar la certeza de lo que digo. Que es también,
probablemente, lo que pretendía decir Juan Ramón Jiménez en el que pasa por ser
su más breve poema: “¡No le toques ya
más, / que así es la rosa!”. Si alguien de los que mandan ahora me lee,
hágame caso: no toquen más la Feria del Libro. Déjenla donde está ahora y en
esta fecha. Que los conquenses vuelvan a acostumbrarse, a coger la rutina y
vendrán en alegre multitud a pasear entre los tenderetes de las librerías, a
ver, mirar ¡y comprar! libros. Pues, finalmente, de eso se trata. Como en
cualquier mercado.
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