11 09 2016 DE PUERTAS ABIERTAS
De puertas abiertas
Leo u oigo
que el Consorcio de la Ciudad de Cuenca, esa benemérita entidad en buena hora
inventada para contribuir a resolver algunos de los innumerables desaguisados
cometidos durante lustros en esta ciudad va a poner sus dineros para arreglar
algunas interioridades del convento de las petras, así llamadas coloquialmente,
aunque su nombre oficial sea otro mucho más rimbombante. La cosa no es nueva:
se viene haciendo en los últimos años en no pocos edificios públicos y
privados. Lo novedoso es -o a mí me lo ha parecido- que en el acuerdo se
incluye una especie de trueque ciertamente interesante, porque a cambio de esa
inversión monetaria, la comunidad religiosa se compromete a abrir sus puertas
para que los ciudadanos podamos conocer algunas de las interioridades de ese
vasto inmueble que ocupa toda una enorme fachada de la Plaza Mayor, que se
extiende desde la calle de San Pedro a la de Pilares.
El ejemplo
debería cundir, incluso con efectos retroactivos, porque vivimos en una
provincia en la que no siempre es fácil encontrar edificios públicos, sobre
todo religiosos, que puedan visitarse tranquilamente, con la normalidad que el
caso requiere. El problema se extiende incluso a la capital provincial; hay
casos ejemplares, como el de la iglesia de San Pedro (aunque no todo el mundo
está de acuerdo con abonar el módico precio fijado para la entrada) o la Virgen
de la Luz, generalmente abierta, pero hay otros que gustan de mantener las
puertas cerradas fuera de los horarios de culto. Quienes tenemos aficiones
viajeras y hemos experimentado en tantos lugares de Europa la costumbre
contraria en quienes están encantados a la vez que orgullosos de mostrar con
total generosidad la belleza de sus obras de arte no conseguimos entender a qué
se debe esa afición conquense por secuestrar a la vista de los visitantes lo
que pueda haber de valioso o interesante en el interior de los edificios
públicos, sean civiles o religiosos.
La cosa
puede alcanzar tintes surrealistas si hablamos de la provincia. No es cosa de
contar aquí anécdotas que podrían venir a ilustrar el comentario; basta con
resumir diciendo que, en buena parte de los casos, puede resultar una aventura
casi cómica conseguir que alguien encuentre la llave con la que se puede abrir
la iglesia del lugar y eso una vez superado el habitual interrogatorio de quién
es usted y para qué quiere verla, suspicacia que, por fortuna, va
desapareciendo. Es cierto, desde luego, que también abundan ya los ejemplos
contrarios, de personas absolutamente amables y generosas que de inmediato
abandonan sus ocupaciones para atender la demanda del solitario viajero al que
dan toda clase de facilidades y explicaciones sobre las circunstancias del
edificio que le interesa.
Este
comportamiento debería ser ya la norma habitual de conducta y no estar sujeto a
contingencias varias. Sería suficiente con que se difundiera una especie de
normativa, en forma de consejos, para que cada pueblo estableciera un sistema
razonable de visitas, incluyendo un aviso en la puerta de la iglesia o ermita
en el que se orientara sobre el lugar al que acudir en busca de la llave o
informando del teléfono de quien la guarda. La Diputación, que tanto está
invirtiendo desde hace años en reparar edificios religiosos podría coordinar
este asunto, teniendo en cuenta además su amplia disposición a potenciar el
turismo en nuestros pueblos y eso pasa, desde luego, por facilitar la
curiosidad o el interés de los visitantes. Y lo que digo de inmuebles
religiosos es aplicable también, por supuesto, a los civiles, pues también
abundan en muchos lugares casas palaciegas, fincas de recreo, caseríos rurales,
de enorme interés, a los que no siempre es fácil acceder.
No es malo
ni perjudicial tener las puertas abiertas, si nada hay que ocultar. Al
contrario, pienso yo, resulta altamente beneficioso incrementar el conocimiento
de quienes no saben o no conocen. Algunos enormes tesoros artísticos, como la
bellísima iglesia del convento de las Petras, se puede ver cuando abre en
determinados momentos para los cultos religiosos pero acabados éstos terminan
las visitas. Seguramente la mayor parte de esos turistas veraniegos de los que
tanto presumen los voceros oficiales no ha cruzado las puertas de esa hermosa
iglesia que podría ser visitada como cosa normal en un recorrido turístico. Es,
me parece, una asignatura más de las que están pendientes para que Cuenca
consiga, como se pretende, ser un foco realmente atractivo.
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