04 12 2016 EQUILIBRIO AÉREO Y TENSIONES TERRENALES



Equilibrio aéreo y tensiones terrenales

Este año, en que parece haberse desatado una singular competición para celebrar cualquier cosa que tenga que ver con los años terminados en 6, se ha producido un singular olvido que puede tener varias lecturas, como casi todo en esta vida. Pues ocurrió que el aspecto tradicional de la plaza de Mangana cambió de manera sustancial con la incorporación del Monumento a la Constitución, obra de Gustavo Torner, inaugurado el 6 de diciembre de 1986 en medio de la habitual polémica que suscitan siempre las implantaciones de obras modernas en los recintos urbanos antiguos y, que yo sepa, a nadie se le ha ocurrido preparar ninguna ceremonia conmemorativa de aquel evento que, entonces, suscitó una considerable expectación oficial, popular y mediática.
      Eran, por supuesto, tiempos muy diferentes a los actuales (total: solo han pasado 30 años, apenas nada, un soplo en el devenir de los tiempos históricos). Abruma pensar cómo, en tan pocos años, se han podido producir tantos cambios y no solo en lo accesorio, las modas y las costumbres, sino en lo que nos parecía sólido, bien sedimentado. Había muerto Franco, con la conmoción que ello supuso para un país acostumbrado a su presencia (ahora, lo de Fidel Castro, nos permite rememorar aquella experiencia), llegó el rey y se implantó la monarquía (frente a quienes durante toda una generación estuvieron proclamando que tal cosa no ocurriría jamás), entró Tejero en el Congreso para escenificar un folletín decimonónico, desapareció la UCD, y los socialistas empezaron a gobernar, para pasmo de Europa, en la que el país, el nuestro, entró con todos los honores, como en la OTAN, para poner término al secular aislamiento político y militar. Y ocurrieron muchas más cosas, por supuesto, entre ellas, quizá la más trascendente, la de elaborar y aprobar una Constitución que, pensamos, sería un sólido elemento de cohesión interior, una forma razonable de articular las tensiones internas acumuladas durante siglos en un territorio siempre convulso, habitado por gentes que habían mostrado singular empeño en discutir y pelear.
       Para celebrar ese acontecimiento considerado histórico, en la pequeña ciudad de Cuenca surgió la idea de levantar un monumento a la Constitución, que encargaron al artista más reconocido de la tierra, el prestigioso Gustavo Torner. Hubo sus más y sus menos sobre cómo debería ser esa obra y dónde instalarla pero al final quedó en el que posiblemente sea el espacio más emblemático, la plaza de Mangana, a escasos metros de la torre del reloj y enfrente de la poderosa arquitectura del seminario conciliar. Sobre una gran peana de hormigón se levanta una estructura de hierro oxidado, cuyo color marrón se va acentuando con el paso del tiempo, por la acción de la lluvia. De los extremos de esa estructura parten unos hilos de acero macizo que se entrecruzan para sostener en el centro, como en el aire, un cubo metálico, brillante, que simboliza la propia Constitución, pendiente de la tensión coordinada de las fuerzas que la sujetan, cada una con sus propios intereses, pero coincidentes todas en mantener en el aire, en salvaguardar, el elemento central. El propio artista lo decía entonces, para explicar sus intenciones: “La idea de la figura es que se vea desde abajo y al fondo el cielo y que por encima no se viera más que éste ya que por encima de la Constitución no hay nada. Es el aspecto simbólico el que domina y si se quita, pierde su sentido”.
       Sabias palabras que cobran su total vigencia cuando advertimos cómo sobre la delicada Constitución se vierten todo tipo de amenazas dispuestas a romper el equilibrio de las líneas en tensión que le dieron forma. Creíamos entonces que aquel había sido un trabajo de filigrana política, una singular obra de artesanía legislativa, sin paralelismo con ninguna otra empresa similar de las realizadas antes en España y llegamos a creer también, ilusos, que el invento nos duraría muchos, muchos años. No era previsible entonces la furiosa llegada de iconoclastas de fácil verborrea y eficaz discurso demagógico ni que las históricas reclamaciones territoriales alcanzarían niveles dignos de preocupación, más allá del mensaje folklórico habitual. Vientos agitados, nada amables, amenazan la fragilidad de ese brillante cubo metálico que, sostenido por aparentemente fuertes cables de acero, parece ya estar temblando, mientras su leve figura se dibuja sobre el cielo azul de Cuenca.
        La ciudad va a celebrar los 20 años de su incorporación a la lista del Patrimonio Mundial, pero no los 30 años de monumento a la Constitución. Significativo.

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